Tras sufrir un ACV. Creó su marca de ropa para personas con discapacidad motriz

Fuente: La Nación ~ Un cambio abrupto en la vida puede ser devastador, pero si logras capitalizarlo puede convertirse en una gran oportunidad. Esto fue lo que le ocurrió a Miriam Nujimovich. Estaba en Estados Unidos cuando sufrió un accidente cerebrovascular (ACV). Tenía 45 años y un hijo de nueve. Debió volver de su país de origen y comenzar de cero otra vez en la casa de sus padres. Miriam supo convertir esa situación en un cambio de vida que le abrió la puerta al mundo emprendedor.

Es cerca del mediodía y Miriam se encuentra en su taller en San Martín, dónde funciona «Handy Inclusiva», la marca de ropa que creó en 2016 para ayudar a vestirse sin dificultades a las personas con discapacidad motriz. Fue cuando recibió la noticia de que un conocido suyo había sufrido un ACV y estaba en un sanatorio internado. Igual que a ella, pero seis años después.

Miriam cuenta que luego del ACV una de las dificultades más grandes que tuvo fue poder vestirse sola. Su actitud resiliente la llevó a buscar estrategias para superar ese problema cotidiano. Fue así como ideó su emprendimiento de indumentaria para personas que enfrentan un posoperatorio, deben alimentarse por medio de un botón gástrico, adultos mayores o quienes no pueden caminar o presentan limitaciones para su movilidad. Lo hace junto a su socio y pareja, Eduardo Kaplan, quien es ingeniero y maneja la logística del proyecto.

«Cuándo empezamos a salir todavía hablaba muy lento. Y aún sigo hablando así. Me cuesta encontrar las palabras justas. Hay veces que las digo en inglés. Eduardo entendió que yo iba a ser así. Pero eso nunca le importó y siempre me acompañó», dice a LA NACION Nujimovich, quien está en pareja hace ocho años.

Con la colaboración de varios talleres dignos, como llaman a las plantas productivas que trabajan con normas claras de contratación laboral, «Handy Inclusiva» confecciona la ropa. Buscan diseñar prendas que faciliten su uso, adaptadas a las necesidades específicas de cada persona.

Con este concepto, incorporan cierres con velcro que reemplazan a las tradicionales cremalleras; joggins; pantalones; y camisas que se abren por completo y facilitan la tarea a personas que, por ejemplo, sólo pueden usar una de sus manos para vestirse.

La indumentaria «inclusiva» no busca sólo vestir: además de seguir las tendencias de moda, ayuda a superar dificultades. » Es ropa básica para que las personas con dificultad demoren lo menos posible en vestirse y lo puedan hacer solos. Diseño jeans, camperas, capas y mantas. No hice cosas muy modernas, sino prendas que estén a la moda y a la vez sean prácticos», cuenta la diseñadora.

Después del ACV: cómo superarse

Cuando sufrió un ACV, Miriam trabajaba como diseñadora gráfica, carrera que estudió en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y también como crítica de arte. Vivía junto a su marido y su hijo, Mathew de nueve años, pero imprevistamente esa vida tranquila se alteró.

«No tuve ningún síntoma. No tenía la presión alta ni estaba excedida de peso. Solo estaba estresada», dice Nujimovich, al rememorar aquel momento. Tuvo dos infartos: uno en el hemisferio izquierdo y otro en el derecho. Cuando ingresó al hospital lo hizo bajo un cuadro muy grave. Con el tiempo los médicos le dijeron que era posible que por ser zurda podía tener más probabilidades de recuperarse.

«Al principio fue duro. Estuve dos meses en el hospital en Estados Unidos. En ese tiempo tuve una neumonía intrahospitalaria, lo que demoró mi alta». No sabía lo que le sucedía a su cuerpo, ni a su mente. «Me preguntaban ‘¿Dónde está el techo o la ventana?’ y yo no sabía de qué me hablaban. No podía pensar. Lo único que recordaba era el nombre de mi hijo y la fecha de su nacimiento», cuenta Nujimovich.

Tres meses después, se tomó un avión con su hijo rumbo a Argentina. Volvió a la casa de sus padres. «No podía decir ni hola. Estaba en silla de ruedas y no movía la parte derecha de mi cuerpo», recuerda.

A pesar de las dificultades, Nujimovich encaró su nueva vida con energía y perseverancia, aunque fueron muchas las barreras a las que se enfrentó tras sufrir el ACV. Hoy es furor entre aquellos que tienen dificultad o demoran al vestirse, y resume: «Lo que más me empujó a salir adelante fue mi hijo, que es mi tesoro. Pero como a la vez, me considero una persona muy luchadora, pude volver a emprender con algo que no sabía que siempre me había gustado: Diseñar ropa».

Moda sustentable: el color que imprime la naturaleza

Fuente: La Gaceta ~ Natalia Orozco llegó a Tafí del Valle al encuentro  Diseño argentino artesanal sustentable de tejedoras sin saber que le cambiaría la vida. Siempre sintió un fuerte vínculo con la Madre Tierra y, lejos de su Jujuy natal, en los valles tucumanos encontró la respuesta. Los tintes naturales, la cadena de la lana, las técnicas milenarias de las comunidades terminaron de tomar forma cuando bajó a la ciudad. Hoy tiene su propia marca de diseño de ropa sustentable.

Con su emprendimiento experimenta y retoma las técnicas de producción y de teñido ancestrales. “Con la industrialización se perdió un oficio antiquísimo y precolombino que fue reemplazado por la creación de tintes químicos artificiales que agilizan la producción pero son altamente tóxicos para la Madre Tierra”, explicó.

El principal motor que impulsó al proyecto fue el hecho de haber conocido acerca del sistema industrial de producción de moda, que no sólo es excesivamente contaminante, sino que promueve el trabajo clandestino. “Desde un principio quise generar un cambio en el paradigma de producción volviendo a lo artesanal, tomando el oficio milenario de teñir con tintes naturales e ir rediseñando cada proceso del diseño, así sea sustentable en toda la cadena productiva”.

Natalia conocía de moda, pero no quería seguirla, sino que buscaba algo más profundo, que hablase de un contexto y se inspirase en la naturaleza. Es por eso que tomó la decisión de embarcarse en el mundo de lo sustentable, procurando disminuir la contaminación. “Cuidamos el uso del agua, tratamos de no desperdiciar juntando agua de lluvia”.

Su estilo de trabajo se basa en cero desperdicios textiles (zero waste pattern design), en el uso de tintes naturales de producción artesanal y la creación de los estampados a partir del uso de hojas naturales y residuos orgánicos, como cáscaras de cebolla, yerba mate. Inclusive el diseño del packaging sigue la premisa de crear con la menor huella ambiental posible. Actualmente trabaja con tejidos de algodón provenientes de cooperativas textiles del norte del país, lo que aporta a las prendas un valor social ya que dichas asociaciones trabajan con éticas de comercio justo. “Es importante visibilizar las condiciones en las que se crean las prendas, por eso hacemos foco en la trazabilidad completa de nuestros productos y en la transparencia laboral”.

Su propuesta sustentable no sólo es una manera de demostrar que se puede crear con técnicas más amigables para el ambiente. Natalia logra crear ya sea desde el descarte, los desechos o el reciclaje.

Natalia aplasta un helecho silvestre contra un recorte de tela blanca. Tuvo que viajar hasta las Yungas para encontrar ese pedacito de selva que quedará marcado en la prenda cuando el paso de las horas la oxide. El proceso es lento y puede durar hasta tres días pero a ella le apasiona. Cuando la huella de la hoja quede tatuada en la tela, junto con el pigmento de la yerba mate, todo el esfuerzo habrá valido la pena.

Pablo Ramírez: la osadía en blanco y negro

Fuente: La Nación ~ Con ese tapado de denim forrado en satén rojo, tan pesado y elegante, Gustavo Cerati sube al escenario del teatro Avenida acompañado por Pablo Ramírez. El diseño es de tiempo atrás, cuando el músico le pidió el vestuario para grabar el DVD de 11 Episodios Sinfónicos. «Voy a cantar con una sinfónica y tengo una vocecita pop», le confesó a Ramírez. El diseñador sintió entonces la necesidad de protegerlo por medio de un abrigo para que se enfrentara a esa situación. «Pensé en unir una prenda, como es el tapado militar y para la guerra, y el material que tenía que ver con el pop, que era el jean. El tapado tenía tanta tela y tanto volumen en su silueta, era grande y pesado, pero él era muy elegante», recuerda Ramírez, en su atelier, 19 años después.

Cuando llegó la presentación de Cerati en el Colón, Ramírez, que afianzaba su carrera y se perfilaba como uno de los grandes diseñadores de la Argentina, corrió desde su primer desfile en el Bafweek para ver la presentación con la Orquesta Sinfónica Nacional. «El Colón estallaba de gente. No había lugar y me quedé en la entrada, detrás de la cortinita, junto a los acomodadores. Cuando lo vi fue un shock para mí tan grande, era ver mi boceto transformado en Gustavo Cerati, en el escenario del Teatro Colón. Fue la primera vez que sufrí un ataque de pánico, porque me desbordó. Por eso te digo que tengo un alma tortuosa, porque en vez de disfrutarlo.».

La anécdota describe al detalle a Pablo Ramírez, que percibe la moda en negro y blanco. A puro talento creó un estilo de piezas eternas, tan clásico como sofisticado, con una seguridad, determinación y osadía que se contraponen con su timidez inherente.

Un estilo en la moda que cumple 20 años en marzo, con la presentación de su primera colección, Casta, que remitía a las monjas que lo acompañaron en su escolaridad en Navarro, Buenos Aires. Del otro lado de la pasarela hay un Pablo Ramírez vestuarista, que nació casi en simultáneo con el diseñador y que aún viste a elencos completos de obras de teatro, óperas, ballets y musicales en la Argentina y en el exterior. Su primer estreno fue el Descenso de Orfeo a los Infiernos en el teatro Avenida, dirigida por Alejandro Ullúa, también en el 2000. Hace dos años trabajó para la ópera Tosca, con dirección del brasileño Jorge Takla para su estreno en Montevideo.

Muchos de los vestuarios los realizó para el director teatral Alfredo Arias, como Elle, Divino Amore, Cinelandia y Tatuaje (uno de sus preferidos) «Los vestuarios de Alfredo me han dado siempre la posibilidad de explorar cosas, desde el volumen, el color, la textura, cosas inimaginables».

-¿Disfrutás de hacer los vestuarios?

-Sí, lo disfruto y lo sufro. Como todo en mi vida. Lo que disfruto en realidad es la parte del juego, pero no es mi juego. Para mí, el dueño del juguete es el director, es el que tiene la visión. Él tiene una idea y un cuento, y quiere contarlo de una manera, entonces me llama para que le haga los vestiditos a sus muñecas. Me encanta ese juego y saber hasta qué punto quieren de mí.

Antes de la experiencia con Gustavo Cerati, Fito Páez lo había convocado para que le diseñara un vestuario para él y su banda. Le hizo una propuesta con tal seguridad y se encontró con una persona tan receptiva que enseguida Fito accedió a vestirse de rojo, y los músicos de blanco, cada uno con un look diferente. Al mismo tiempo, Dolores Navarro Ocampo lo había llamado para que participara del concurso Diseñador del 2000. «El concurso me coincidió justo con lo de Fito, así que medio fue un caos.»

-Caos, pero también exposición.

-Sí, bueno. yo igual siempre las cosas buenas me las tomo en el mal sentido (se ríe). Siempre las vivo de manera tormentosa y dramática. Soy así.

-¿Te desbordó la situación?

-Me suele pasar eso, sí. Mi analista me dice: «Disfrutá del proceso». Y yo le digo: «Sí, tengo que lograrlo, la próxima». Pero me cuesta un montón. Ahora lo miro y dimensiono, pero en aquel momento no podía.

-¿Y cómo te abriste camino en la carrera con tanta timidez?

-Creo que tuve dos factores muy grandes. Uno, para mí, tiene que ver con algo que hice siempre. Hoy, siendo una persona grande, miro para atrás y veo al joven que fui y pienso: ¡Qué atrevido! Pero a la vez, yo estaba muy seguro, estaba muy decidido sobre lo que quería hacer y sobre cómo lo hacía.

-Tenías osadía y determinación.

-Había como una especie de inconsciencia en la determinación, porque desde muy muy chico, en cada cosa que hacía, había una determinación. Lo que me movió siempre fue la pasión. No había distracción. Nunca se me hubiese ocurrido elegir otra carrera. Como si el camino estuviera marcado, lo tenía muy claro. Una gran pasión. Y además siento que en un punto fui hacia una dirección y me fui encontrando, a la vez, en el tiempo y en el lugar, con las situaciones y las personas indicadas. Iba por el camino correcto.

Aquella primera colección, «Casta», fue todo un éxito, le siguieron pedidos y llamados, pero él aún no sabía qué camino seguir. Se unió por unos meses en un showroom con la diseñadora Mariana Dappiano, donde las coloridas estampas de ella se contraponían con el estilo gótico de él. Fue cuando recibió su primer -e insólito- pedido de traje de novia: una mujer le encargó el mismo vestido de cuero negro con el que había cerrado el desfile.

Claro que hay colores. Azul, rojo, fucsia, anaranjado. Pero Pablo Ramírez solo abre la paleta cuando hace vestidos a medida, «cuando pongo mi mirada en función de otro, entonces sí trabajo color». Pero en sus colecciones prêt-à-porter todo es negro, y blanco. El color es sólo personalizado.

Hubo una excepción, quizá de esas que confirman la regla. Cuando en el verano de 2005, a pedido de sus socios de entonces, el diseñador creó la colección «Fiesta», donde cerraba con t-shirts negras, blancas, azules y rojas. «Lo gracioso es que cuando terminó la temporada, se habían vendido las blancas y las negras y habían quedado las rojas y las azules, esas no se habían vendido», recuerda.

-¿Por qué el negro? ¿Fue una estrategia, una decisión o un gusto?

-Fue una decisión. En realidad. tengo que decir la verdad. Cuando antes de mi primera colección viajé a Nueva York, empecé a dibujar sobre papel negro con tinta blanca. Pensaba nada más que en siluetas negras. Cuando volví a Buenos Aires y fue el concurso, me dije: quiero que sean trajes negros. Cuando presenté la colección, empezar ahí fue directamente bueno, una declaración: yo quiero ser un diseñador de ropa negra, quiero crear ropa clásica que sea atemporal, que atraviese el tiempo, que la gente pueda coleccionar como piezas, como objetos, desde el primer momento. Me escucho ahora, 20 años después, y pienso: ¡qué atrevido, qué ambicioso!

-También diseñás en colores.

-Sí, sí, sí. No hago color en mis colecciones. No vas a encontrar color en mi perchero, pero para quien viene al atelier hago color, color personalizado. Ahora tenemos la tienda en Recoleta [en Ayacucho 1984, donde se mudó desde San Telmo hace dos años], con mucha más exposición. Hay gente que ve un vestido y pregunta: «¿Me lo pueden hacer en color?» Igual, a mí me encanta, no es que tenga algún problema con el color y que me haga mal o me moleste, de hecho lo disfruto, pero yo soy negro.

-¿Qué te gusta del negro? ¿La elegancia?

-Hace un tiempo me llamó Nicole Neumann y le presté dos looks para el Bailando… Se puso un smoking negro y luego un vestido blanco. Yo tenía su imagen con cosas medio estridentes y cuando la veo con el smoking negro, fue como una especie de tranquilidad visual. Era un oasis. Esa es la sensación que me da. Siento que el negro subraya a la persona. No encuentro otro adjetivo. Es como si la ropa, de alguna manera, no tuviera protagonismo, lo que tiene protagonismo es la persona. Lo que yo hago es silueta, una silueta donde no importa bien lo que tenés puesto, es como una sombra, que te favorece, que te mejora, que te estiliza. Pero la que te ves bien sos vos, definitivamente. Yo la veía a ella y decía: se ve divina. Y lo mismo con el vestido blanco, se veía espléndida.

-Una identidad tan fuerte, ¿se tiene que renovar en algún momento?

-De hecho, cuando empecé con todo esto, me cuestionaban que no era un proyecto comercial. ¿Cuán comercial puede ser querer hacer esto?

-¿Y vos le veías proyección comercial?

-Soy idealista, entonces veía unos ideales muy marcados. En ese entonces no existía para nada el concepto de sustentabilidad y yo estaba de alguna manera desarrollando algo que tenía que ver con la sustentabilidad. No quería hacer ropa descartable. Yo quiero hacer cosas que perduren, con buenos materiales, bien cortada, que la moldería esté bien hecha, que te calce bien y que digas: «Adoro este pantalón, amo este vestido, amo esta camisa, la quiero conservar, la quiero cuidar y es tan buena que me dura. Y como es tan buena y me dura, voy a comprarme otra prenda u otra pieza de este diseñador, porque sé que me funciona y lo puedo combinar con otras cosas». En la moda no hay fórmulas. Esto que yo había mirado y había criticado trabajando para otras marcas cuando iban atrás de lo comercial, me permitió no ser víctima de eso.

-Pero terminaste haciendo una fórmula vos también.

-Sí, pero todo el tiempo me doy cuenta de que. Por ejemplo, yo siempre hice novias y hoy sigo haciendo novias y nunca dejé de pensar que el vestido a medida es algo que está fuera de escala para la realidad en la que vivimos. ¿En qué país del Primer Mundo alguien se hace un vestido a medida? ¿Qué profesional sueco, español o francés va a ver a un diseñador a que le diseñe el vestido?

-¿Y por qué acá sí se da ese fenómeno?

-Eso está desfasado, y en realidad eso tiene un costo que.

-Es excesivo y exclusivo.

-Pero que no pasa por lo esnob, o por lo menos yo no le pongo el precio por esnob. Hay gente que por ahí piensa que el vestido a medida tiene que tener veinte entrevistas, yo no juego a eso. Vos venís con el zapato y la ropa interior que vas a usar, te tomo todas las medidas exactas. Después de eso, hago un maniquí con tus medidas. No es como en la casa Dior, no conservo los maniquíes de todas mis clientas. Yo armo el maniquí con tus medidas hasta que te entrego el vestido y, cuando te lo entrego, lo desarmo. Te lo probás dos veces.

-¿Buscás la perfección en todo lo que hacés?

-(Se ríe) Sí, sí. Es una búsqueda mía la perfección, absoluta. Lo tengo innato. No sé por qué, pero es así y creo que lo tengo en el ADN, porque mi hermana es igual, mis sobrinos también.

-Pero, ¿hasta la obsesión?

-Y, sí. El límite está bastante con la obsesión.

-¿En tu casa sos ordenado como en el atelier?

-Sí, pero como todo, siempre con vías de escape. Por ejemplo, me pasa que viene alguien y me dice: «Está impecable». Y yo digo: «No, para mí está hecho un desastre». Sé que tengo que aflojar. Me ha pasado con cosas que yo veo mal y que el otro no registra. O al revés, me llama la atención que la gente tiene en cuenta mi mirada de una manera y yo no. Me incomoda o me pone mal por el otro cuando la gente me saluda y me dice: «Ay, discúlpame que no tengo vestido negro». Y yo digo: «¡No, por favor!». Porque de verdad no me estoy fijando. Me conecto con la gente por otro lado.

-¿Cómo te llevás con ese mundo de celebrities? ¿Te divierte o es un mal necesario?

-Un mal, seguro (se ríe). Me parece muy agotador el sistema. Es lo mismo que te decía del vestido a medida, porque está muy fuera de escala acá. Encima, ahora entró en circulación el mal de la vestuarista o de la asesora de vestuario, o de la estilista. Yo no atiendo a nadie que no sea la persona en sí misma. El problema, en general, es que se pretende comparar lo que hay acá con lo internacional, y lo internacional es otra escala porque estás hablando, primero, de megaestrellas que mueven millones, y megacompañías, como Dior, Chanel, Saint Laurent. Yo soy un diseñador independiente, que tengo un solo local y una tienda online. Además, no hay coherencia, porque una actriz o una cantante hoy se lleva un traje mío, lo usa hoy y mañana sale vestida de cualquier cosa. No hay una fidelidad, no hay un seguimiento, no son embajadoras de Pablo Ramírez. En ese momento visten Pablo Ramírez, y además tampoco tenés la certeza ni la seguridad de cómo lo usará, con otro collar o peinado que le asesoraste. Entonces, es muy desgastante. Y además yo no tengo un piso en mi atelier dedicado a atender celebrities con un departamento lleno de asistentes buscando ropa. Somos nosotros. Lleva un montón de tiempo.

-¿Es una forma de visualización?

-Por supuesto, yo con todas, desde Cecilia Roth hasta Natalia Oreiro o quien sea, habla conmigo y vienen a acá. No puede venir alguien X en representación a buscar ropa, a llevársela para que se la pruebe. De ninguna manera. Y si viene a acompañarla, que la acompañe, pero la persona que la va a asesorar cuando se está vistiendo soy yo.

-Decime tres personas a las que disfrutaste vestir .

-Marilú Marini para mí es como lo máximo, es alguien que le das un pañuelo y que hace alta costura con eso. Es como el súmmum. También, Lucrecia Martel y Carolina Peleritti.

En su atelier amplio y luminoso, los maniquíes dan la bienvenida con su línea de bijou. Detrás de un escritorio impecable, una biblioteca ordenada, con libros principalmente de moda, se exhiben algunos de sus premios: el Konex Artes Visuales, el Fashion Edition otorgado por el fotógrafo de moda Scott Shuman, de The Sartorialist, las Tijeras de Plata y de Oro de la Cámara Argentina de la Moda.

-Al principio de tu carrera decías que te identificabas con el escritor Manuel Puig, ¿por qué esa identificación?

-Primero, me identifiqué con esa necesidad, de ser un chico de pueblo queriendo escapar del pueblo; con esto de cultivar una imaginación y un mundo propio e interior muy grande. Me cautivaron siempre todas sus novelas. Después empecé a estudiar sobre él y ahora, de grande, tuve la suerte de conocer a mucha gente que lo conocía.

Su pueblo, del que quería escapar, es Navarro, Buenos Aires, a 133 kilómetros de su tienda en Recoleta. Ahí nació hace 48 años, donde vivía con su papá mecánico, su mamá ama de casa, su hermana y hermano.

-Cuando volvés a esa infancia, ¿qué imagen tenés?

-La verdad es que ya estoy grande y siento que me reconcilié con todo eso, no tengo traumas de la infancia, pero sí siento que, de alguna manera, eso marca el camino que uno toma indefectiblemente. Hoy hablo con mi sobrino o con mi hijo [Valentín, de 19 años, hijo de su pareja y socio Gonzalo Barbadillo] los escucho y pienso: «No tengas dudas de que lo que estás padeciendo hoy va a hacer a la persona que serás mañana». Hoy es difícil que veas en perspectiva cómo vas a transformar esto.

-Eso vos lo transformaste en creación.

-Claro, creo que sí, que de alguna manera todos logramos rearmarnos o construirnos en función de dónde venimos o de quiénes somos. Si pienso en mí como un niño, por un lado me pienso como un chico normal y, por otro, me pienso como en una rareza también.

-¿Por qué hiciste el secundario pupilo?

-Terminé el colegio primario y en Navarro había cinco secundarios, y en séptimo grado les dije a mis padres -no sé cómo hice todavía-: «Quiero ir pupilo». Lo pienso al día de hoy. Quería ir pupilo porque no me gustaba ningún colegio, pensaba que el secundario sería un infierno y que la pasaría mal. Era eso, le tenía miedo al bullying en realidad. Necesitaba escaparme de Navarro, y el pupilo estaba en Luján.

-¿Y ahí la pasabas bien?

-Sí, pero cuando llegué, dije: «¿En qué me metí?».

-¿Cómo influyeron los hábitos eclesiásticos en tus diseños?

-Creo que un poco esto que acabás de observar tiene que ver con esa imagen que para un niño es tan imponente. Esta figura que aparece toda vestida de negro, que tiene ese misterio y, a la vez, después, cuando uno accede a la monja, a la hermana o al padre, te encontrás con un ser humano que tiene otra historia. Yo iba a un colegio religioso en el que las monjas vivían ahí, entonces de chico estaba el misterio.

-¿Quiénes te acompañaron desde esa infancia al camino de la moda?

-Una de las primeras señales fue en el secundario, cuando Eva, una amiga de mi madre, que vivía a la vuelta, me trajo una nota de la nacion que decía que se hacía el primer concurso de Alpargatas, y yo me presenté con 14 años. Armé los bocetos y me vine a Buenos Aires a presentar la carpeta. Yo estaba todo el día dibujando. En mi casa es como que no sabían qué hacer conmigo. Al mes, me llegó una carta por correo postal diciéndome que no había quedado seleccionado. Al retirar la carpeta, me recomendaron que siguiera participando.

-¿Tu familia te acompañaba?

-Sí, sí. No me sentía estimulado, quizá, pero tampoco era censurado. Estaba medio boyando. Por eso, de adulto digo: «Pobres, hicieron lo que pudieron». Y decís: qué difícil. Ahora puedo tomar conciencia y pensar en todo lo que me dejaron hacer. Pero nunca tuve problemas de enfrentarme porque siempre logré la forma de acomodarme y de hacer lo que yo quería. Siempre, en realidad, hice lo que quise sin tener que rebelarme.

«Nunca tuve la fantasía de tener una marca propia», reconoce a la distancia de aquellos años de aprendizaje. «Así como nunca me imaginaba cómo podría llegar de Navarro a Buenos Aires y entrar en el mundo de la moda. Lo tenía como meta, pero no sabía cómo lo haría. En el secundario, mi mamá me decía: «¿Por qué no le mandás unos bocetos a Roberto Giordano o le escribís a Pinky». Y yo le contestaba: «Ni loco, porque soy muy tímido». Veinte años después la vestí a Pinky. Las vueltas de la vida. Nunca fui atrevido, de mandarme, pero sí de estar muy concentrado en hacer lo que tenía que hacer. Yo lo que quería era trabajar en diseño y cuando empecé a trabajar, ya estaba».

Antes de «Casta», su primera colección de pasarela, hubo un camino que comenzó con un jumper de jean. Estudiaba en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo [«una de mis mejores experiencias, me abrió la cabeza por completo. Era un momento muy efervescente, porque en la carrera empezaba todo: desde cómo íbamos lookeados, porque te subías al 160 y ya te dabas cuenta de quiénes estudiaban Indumentaria»] cuando, decidido, volvió a presentarse al concurso de diseño de Alpargatas, aquel del que surgieron varios diseñadores renombrados de ayer y de hoy. Tomó la determinación de ganarlo para conseguir un trabajo que necesitaba tanto entonces. Había intentado sin suerte entrar como cadete de un banco y se había hecho el verano como vendedor de una disquería.

Como tenía que proponer un diseño en denim y tenía tan presentes a las alumnas que lo habían acompañado en el colegio católico, bocetó un jumper de jean, con tres lavados diferentes. A los 15 días, lo llamó el diseñador Mariano Toledo, que estaba en la organización del concurso, para decirle que quedaba entre los finalistas de los 500 que se habían presentado. El desfile fue en el Galpón Hirsch, actual Museum, con toda la troupe de modelos de Pancho Dotto y la efervescencia de los 90. «Todos estaban re nerviosos y yo muy tranquilo. Me di cuenta de que mis diseños les encantaban y yo estaba chocho. Al terminar, gané la primera mención, que era un contrato de trabajo en Alpargatas, que era lo que quería. Pero el animador, Roberto Pettinato, anunció que había un premio especial, que en el jurado había franceses, de un estudio que desarrollaban las líneas de jeans para Kenzo, Pepe Jeans y Armani Jeans, que premiarían con un contrato de trabajo para desarrollar su colección en París de. jumpers escolares. Cuando lo escuché, me descoloqué por completo. Imaginate, de no conseguir trabajo de cadete pasé a tener dos. Esa noche no pude dormir».

Así comenzó su primer viaje a Europa, con destino a París, donde hizo la colección de jumpers de denim, dibujó estampas de remeras y todos los días aprendía una rutina de diseño diferente. Cuando volvió a Buenos Aires, Alan Faena viajó al mismo estudio porque buscaba un diseñador. Allí mismo le recomendaron que la persona que necesitaba estaba en Buenos Aires y que se llamaba Pablo Ramírez. Así comenzó a trabajar en Via Vai, Gloria Vanderbilt, Hope & Glory, Sol Porteño y Adriana Costantini. Todo el camino que, hace 20 años, lo llevó a crear una etiqueta con su nombre, que hoy representa todo un estilo.

Alta costura. El inédito negocio detrás de los trajes que usan Boca y River

Fuente: La Nación ~ Rivales en la cancha, hermanados en la moda. Boca y River no solo comparten marca de camiseta. Cuando visten de etiqueta, en cenas de gala o viajes al exterior, los clubes más populares utilizan los mismos hilos italianos. Traje, camisa y corbata confeccionados por un emprendimiento familiar que creció uniendo la alta costura y la pelota. Con 20 años de trayectoria en el rubro, la familia Abal trajo la marca italiana Giorgo Redaelli al país y factura $1,5 millones al mes.

El negocio comenzó hace dos décadas, aunque inicialmente los Abal se dedicaban a la comercialización mayorista de prendas europeas. «Empezaron mi papá y mi mamá. Compraban telas o prendas ya hechas en Italia y las vendían a otros locales», relata Emilio Abal, sobre la actividad que Ricardo y Verónica comenzaron en 1998. Tiempo después, se contactaron con el diseñador Giorgio Redaelli, quien les dio la licencia para comercializar su marca en América latina.

El paso hacia la venta minorista llegó años después. La firma sobrevivió a la crisis de 2001, pero modificó su esquema. «La parte mayorista decayó bastante en el país, porque se estiraban mucho los plazos de pago, el producto italiano se volvió caro por el tipo de cambio y empezó a haber más competencia con la tela china, que mejoró también su calidad», dice Abal.

Formado como contador y administrador de empresas (UADE), trabajaba en la consultora KPMG antes de sumarse al negocio familiar en 2009. Ese año, sus padres compraron el primer local en Monserrat, que está activo hace una década. Hoy, tienen otro local en Puerto Madero, operativo hace ocho años, y el más reciente, en el Microcentro.

Asociarse al fútbol fue la estrategia que les permitió expandir su negocio. El primer contacto fue con Racing, una idea que surgió en 2012 alimentada por la pasión familiar. «Pensamos en hacer merchandising para los clubes y venderlo. Nosotros somos hinchas de Racing y llevamos la idea», dice Abal. La propuesta derivó en convertirse en sponsor del club y vestir al plantel con indumentaria formal para los viajes internacionales.

«Hasta ese momento nunca habíamos hecho trabajos con delegaciones y el objetivo también era conseguir más exposición», relata Abal, sobre un primer intento que no funcionó: el plantel utilizó los trajes, pero el emprendimiento no tradujo esa iniciativa en ventas. El vínculo se extendió al año siguiente, donde comenzaron a llegar los éxitos: Racing fue campeón local en 2014 y eso dinamizó el negocio. » Hicimos una línea formal de camisas, corbatas y pantalones y empezamos a sacar chombas. La idea fue lanzar productos premium, pero que no fueran tan formales y se pudieran usar en cualquier situación», dice.

Así comenzaron a expandir su presencia en el deporte. Llegaron a Boca, club del cual hoy son proveedores de ropa para viajes internacionales y cenas de gala de los planteles masculinos y femeninos; River, que los eligió para el Mundial de Clubes de 2015; y Vélez. También trabajaron con la selección de básquet (Mundial 2014) y con Rosario Central.

Esa estrategia define el perfil del público que compra en sus locales. » Muchos nos conocen por medio de los clubes. La primera compra es un producto de su equipo y después se engancha con otras cosas», dice Abal, quien detalla que alrededor del 60% de sus ventas corresponden a las líneas de los clubes de fútbol. «Estas licencias de sponsoreo nos sirven mucho. Cuando Boca nos menciona en un posteo en Instagram, nos da una exposición gigante a la que nosotros por nuestro medio no llegaríamos«, explica Abal.

Entre camisas y sacos, una chomba fue el éxito más reciente de Giorgio Redaelli. Se trata de un diseño especial para Marcelo Gallardo, que se agotó cuando el entrenador de River la usó en un partido. «Habíamos hecho una para Diego Milito y nos interesaba hablar con Gallardo. Le acercamos los diseños, le gustó la idea y los aprobó. Un día nos llamó porque la iba a usar en un partido de Copa Argentina un domingo y fue un boom. Tuvimos lista de espera de más de 1000 personas queriendo comprar la chomba de Gallardo porque obviamente no alcanzó el stock. Fue un nivel de exposición para el que no estábamos preparados, y en menos de 24 horas se empezaron a vender las réplicas en internet», recuerda Abal.

Las camisas son las prendas más demandadas: fabrican entre 1500 y 2000 por colección, y las renuevan cada cinco meses. A diferencia de sus primeros años, hoy los Abal realizan la mayor parte de su producción en el país. «Todas las telas son importadas de Italia. Vamos a las fábricas donde compran marcas como Hugo Boss, Armani o Versace y se venden muchos stocks remanentes. Quizá son volúmenes chicos para ellos, pero para nosotros nos sobra y da una diferencia importante en la calidad del producto», reconoce.

Parte de las prendas son de confección propia, donde Daniela, diseñadora y también hija de los creadores del emprendimiento, supervisa la producción, y el resto es tercerizado en otros talleres textiles. Los accesorios -pañuelos, gemelos, chalinas- son importados.

Ese factor, reconoce Abal, condiciona la dinámica de los precios y los fuerza a adaptar su modelo de negocio. «Le vas buscando la vuelta. Al taller le entregamos todas las telas cortadas y ordenadas, para que no tengan que armar las camisas de cero. Con decisiones así intentamos ahorrar parte de los costos», dice Abal, aunque reconoce la imposibilidad de escapar a la inflación.

«Cuando el dólar se fue de $45 a $60 tuvimos que ajustar porque tener todo importado nos afecta, pero tampoco podés tocar el precio cada vez que sube el dólar porque llega un momento en que dejás de vender. De todas maneras, nuestros clientes entienden la situación y saben lo que pasa», dice.

La moda argentina ante un nuevo paradigma de producción: el modelo slow

Fuente: Perfil ~ El encuentro con Mauro Pesoa, diseñador de 26 años que ya suma un Martín Fierro de la moda junto con premios de proyección internacional, se da en un café porteño del barrio donde vive desde hace pocos meses. Su taller permanece en Formosa, donde creció; cerca de su madre, quien le transmitió el oficio familiar: mimbrería.

Hoy esa técnica es el diferencial de sus creaciones, desde prendas hasta zapatos o carteras, siempre reivindicando el valor de lo artesanal y de un modelo de producción “slow”.

-Si bien empezaste hace pocos años, tus diseños acarrean un legado familiar de tres generaciones. ¿Cómo lo aggiornás?

-Parto de lo que significa la mimbrería. El oficio lo aprendí cuando ya había egresado de diseño, gracias a mi madre, Y juntos decidimos aplicarlo a una colección que relataba nuestra relación madre-hijo. Con ella ganamos el primer concurso franco argentino de moda sustentable, allá por 2015, y viajamos a Milán para representar a la Argentina.

Hasta el día de hoy, mi idea es hacer del mimbre el diferencial de la marca, logrando que esté tanto en prendas como en objetos sin que compitan. Soy el único de mi familia que sigue el oficio, es una gran responsabilidad.

-¿Qué te da esta técnica, que no hayas aprendido en la carrera de indumentaria?

-Son cosas totalmente distintas. Si bien en indumentaria vas viendo cómo se generan cosas con diversos materiales, lo hacés como un prototipo. Cuando empecé a trabajar el mimbre, encaré mi proyecto como una marca de consumo fijo. Es difícil mantener una firma que tiene un oficio atrás, sin hacer sillones ni canastas de mimbre que ya se vieron.

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-¿Cómo se compara la artesanía con el diseño?

-Ambos son oficios. En la mimbrería, existen pasos a seguir parecidos a los de la indumentaria. Para trabajar con mimbre tenés que prepararlo una hora antes, ponerlo en remojo, seguir por el trabajo manual… Además, en ambos casos hay que diseñar: pensar antes de hacer.

-¿Cómo desarrollás tus colecciones?

-Las ideas surgen en cualquier momento, y las voy anotando en un libro. Cuando me pongo a pensar una nueva colección, la fusiono con lo que me esté pasando a nivel espiritual o emocional. Mis vivencias en Formosa, siempre presentes.

-¿Qué rol juega la sustentabilidad en la moda actual?

-Debería ser una política de Estado. Hoy en día, hasta la nafta puede ser sustentable. Las marcas de moda deberían, aunque sea, tener visibilidad en toda la cadena de desarrollo del producto; idealmente, un producto slow. En la Argentina hay algodón sin agrotóxicos, materiales de descarte.

Tenemos que pensar en lo que estamos dejando. Hoy los proyectos sustentables son de nicho, producen en pocas cantidades a precios elevados. Pero a la vez está toda esta gente que empieza a consumir responsable, desde lo que come hasta lo que hace en su vida cotidiana, y también quiere vestir así. Es un punto de quiebre.

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-¿Qué materiales utilizás?

-Además del mimbre, algodón sin agrotóxicos. Un tejido que traigo de asunción, hecho de fibras de coco. Y un algodón que, si bien tiene agrotóxicos, está hecho por familias.

-Otro punto clave es la mano de obra…

-Sí, así funciona la economía circular. Cuando trabajás con empresas chicas, sabés toda la terciabilidad de las personas que trabajan allí. Es indispensable conocer la fábrica, ver el estado en que se produce. De eso se trata el rol actual del diseñador.

Ya terminó eso de que compraba una tela y hacía algo fabuloso. Hoy podés competir con industrias enormes, por lo general tailandesas o chinas, cuya mano de obra es desconocida. Pero evolucionar es pensar en toda la cadena. Es tiempo de resignificar lo artesanal.

-¿Cómo compartís esta filosofía con el público?

-Las prendas de mi última colección, Oficio Ancestral, en vez de etiquetas tienen códigos QR. al escanearlos te enterás de quién hizo cada pieza, cómo, qué cantidad de agua se consumió. Si podés tener toda esa información online, incluido el nombre de la marca, ¿para qué desperdiciar metros de etiquetas de plástico?

-¿Notás alguna similitud entre tus adeptos?

-Si bien varían en edades y procedencias, suelen compartir cierta nostalgia. En los años 60, el mimbre tuvo su gran boom, interrumpido en los 80 por el auge plástico. Aquel recuerdo de abuelas, de madres, de la propia juventud, obra como disparador. Por eso creo que el típico modelo de “segmentación” ya caducó.

Según Pesoa, vencida está también la dualidad temporal. ¿Primavera-verano? ¿Otoño-invierno? ¿Medias estaciones? Ajeno a los esquemas, el diseño slow debe sus colecciones al mood de cada autor. Oficio Ancestral fue exhibida en BAFWeek y descripta por el artífice como “metafórica”.

Sus musas “personajes de la mimbrería, cuya labor difiere según su lugar de procedencia”. Su leitmotiv, “resignificar prendas de trabajo”. Mujeres con vestidos repletos de tiras, otrora útiles al momento de trasladar mercadería. Hombres ataviados en overoles, aptos para toda cosecha. Y a modo de colofón, máscaras de mimbre que, ocultando la identidad de sus modelos, concentran la atención en las prendas.

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-Si te abstrajeras del legado familiar, ¿qué te distinguiría como creador?

-Ser joven. Es decir, ser un pequeño factor de cambio. Hacer cosas chicas, sí, pero que van a servir a lo largo. Ya de chico traía eso de “modificar” cuestiones que iban con el cuerpo; ya fuera una remera al revés, un nudo que generara una nueva silueta.

-¿Cómo percibís la situación de la moda argentina?

-Veo un cambio a nivel educación, que es de donde nace la nueva generación. Si enseñás con métodos antiguos, como etiqueta y protocolo, limitás. Así terminás copiando otras marcas.

Las cátedras de ahora trabajan desde otro punto de vista. Hay marcas ya instaladas que, ajenas a esto, intentan hacer algo mucho más fashion que les sirve, obviamente, pero no sé cuánto tiempo puede llegar a durar.

-¿Qué desafíos proyectás para el año que comienza?

Expansión de marca. Estamos cerrando con una plataforma online, independiente, de Nueva York. También hay propuestas de Tokio, pero para encarar ese mercado hace falta cintura. Tenemos que estar preparados.-

Crearon una marca de ropa y sus vestidos son la clave de su éxito

Fuente: Ohlala ~ Dos mujeres se aliaron para lograr un modelo de negocio rentable en el complejo mundo de la moda. Acá te contamos cómo lograron subsistir a pesas de las crisis y adversidades del rubro.
Sofía Incera (36) es diseñadora de indumentaria y desde muy chica soñó con tener su propia marca de ropa. Mientras estudiaba la carrera se animó y dio el primer paso: armó Bisovi, la registró e hizo una primera colección. Sin embargo, nunca llegó a lanzar, ya que tenía una socia que se bajó antes de arrancar y la dejó sola. Empezó a hacer ferias los fines de semana con las prendas que había hecho, pero esas ventas no le generaban ingresos para vivir y empezó a volcarse al área textil. Se dio cuenta de que gracias al contexto del país había una oportunidad en producto terminado que la llevó a construir y armar una fábrica. Encaminó su rumbo por ahí y dejó a Bisovi dormido. Pero todo cambiaría en 2013, cuando conoció a Luz González Clément (32), su cuñada y novia de su hermano, quien se convertiría en su aliada ideal.

Sofi le comentó que tenía ganas de resucitar esa marca que había hecho a sus 18 años y Luz, que es muy fan del mundo emprendedor, del espacio digital y las redes sociales, no lo dudó. Ella estudió comunicación y trabajaba en una multinacional manejando la estrategia de redes sociales de toda Latinoamérica. «Con Sofi tuvimos una conexión muy fuerte, somos las dos muy parecidas. Estamos bien divididas porque yo estoy muy volcada en todo lo que es venta, comercialización y marketing; ella, enfocada en el diseño. Somos un complemento perfecto, las dos tiramos para adelante. Desde el momento en el que arrancamos nunca frenamos. Al principio yo seguía con mi trabajo y vendía Bisovi en mi casa, hacía ferias los fines de semanas. Sofía estaba abocada a su fábrica, pero desarrollaba el producto y yo se lo comercializaba», cuenta Luz.

Estuvieron algunos años así hasta que hubo un quiebre y tuvieron que decidir el futuro de la marca. «En 2018, por el contexto nacional la fábrica de Sofi, donde hacíamos las producciones, ya no podía seguir y tuvimos que decidir qué hacer con esto: era o cerrar las persianas y que cada una hiciera lo suyo o poner todo. Yo no podía seguir con las dos cosas, la doble vida no daba para más, así que en junio renuncié, armamos una nueva sociedad, una nueva fábrica. Nos mudamos a un lugar más chico, con seis personas muy abocadas a Bisovi. Reestructuramos todos los procesos que teníamos y todas nuestras proyecciones. Planteamos un negocio a largo plazo que funcione», recuerda Luz.

Para exprimir al máximo la empresa, Luz se inscribió en un programa de Endeavor y fue seleccionada para participar de un curso para mujeres en el cual recibió asesoramiento y capacitación de mentores sobre cómo resolver sus desafíos de negocio. Todos los miércoles, durante 4 meses, había una charla con emprendedores que tuvieran proyectos relacionados a los que estaban trabajando las asistentes, para que cada una pudiera tener un referente de algo. Se armó una comunidad de mujeres súper fuertes, se ayudaron y se empujaron. Con el conocimiento y la experiencia en mano supo diseñar mejor la estrategia y encarar el proyecto desde un lugar mucho más abarcativo.

Sin embargo, el primer año los números no les daban, fue bastante duro, pero miraron el vaso medio lleno y se quedaron con todos los aprendizajes que pudieron incorporar. «Cuando tenés crisis y las cosas no funcionan bien te das cuenta en dónde hay que poner los ojos para no distraerse con el resto de las cosas. Reconstruir todo, volver a ver los procesos de cero, estuvo bueno porque nos hizo focalizarnos en cuáles eran los objetivos claves que teníamos que cumplir», explica. Se mudaron, priorizaron poner espejos enormes con dorado, imponentes, tienen una fragancia propia, música especial. todo es personalizado. Por el tipo de prendas que venden, a veces hace falta asesoramiento, por eso en el showroom ofrecen café, te permiten probarte lo que quieras el tiempo que quieras, es como si te recibieran en su casa. «La primera mitad de 2019 estuvimos tambaleando, no funcionaba. Vendíamos, pero no queríamos subir los precios porque siempre pensé la empresa como una marca sofisticada, exclusiva, distinta, pero que puedas acceder. Ante el temblor empezamos a ser más creativas, a pensar en distintos segmentos en donde podamos trascender, dejar una huella y ayudar a la gente a potenciarse», detallan.

Evitar el desperdicio

Además de la moda, las chicas tienen el foco en un tema central de la actualidad: el cuidado del medio ambiente. Para desarrollar su marca con consciencia decidieron ordenar que no haya casi nada de desperdicio de tela: «Transformamos los vestidos con todo el stock que tenemos o con cosas que pasaron de moda. Hacemos una prenda nueva con la misma tela, no desechamos. Queremos que se empiece a reutilizar y, además, creemos que es una inspiración para todas las chicas que estudian diseño y que ven como un desafío pasar de un vestido a otro, que no tienen nada que ver entre ellos. De paso, pueden analizar por qué este modelo no funcionó. Para no desaprovechar ni un pedazo de tela y no generar desecho hacemos que todas las telas se corten de determinada manera que se pueda utilizar el 100%, así reducimos los famosos retazos», explican.

EN NÚMEROS

Tienen 5 líneas diferentes: lencería, hospital, niños -fiesta y bebé-, fiesta dama, vestidos casual. Proyectan lanzar bikinis y darle mucho foco a Mini Bisovi.

  • En 2019 vendieron 2600 vestidos.
  • Los precios de los vestidos varían entre $3500 y $21000.
  • Hoy trabajan 11 personas en Bisovi: 6 en fábrica, 3 en el showroom y ellas dos.

Nació en La Salada y creó un emprendimiento sustentable que ayuda a dar trabajo

Fuente: La Nación ~ Jessica Pullo es la emprendedrora detrás de BIOTICO, la firma que no sólo vende moda, sino que también fomenta el cuidado por el ambiente y la inclusión social. Hija de un mecánico y de una empleada pública, es la mayor de 3 hermanos nacidos y criados en el barrio La Salada, enclave de la famosa feria textil que trajo más de un revuelo. Conocé su historia y la de su marca.Durante toda su vida, cuando Jessica iba al colegio, veía por la ventana del colectivo miles de residuos textiles y plásticos tirados en la rivera del Riachuelo, que luego eran prendidos fuego. Todo ese abandono y contaminación la hacían pensar que debería haber otro final que no sea la incineración para estos residuos, entendiendo que eran materiales y no basura. Así, sabiendo desde chica que podía aportar un enfoque distinto a la moda y cambiar los cánones ya establecidos, decidió estudiar la carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires y meterse de lleno en todo lo relacionado a la sustentabilidad. «Conocí el impacto negativo que tenía la industria y no quería ser parte de un sistema de producción esclavista y contaminante. Por esa razón me propuse hacer algo desde mi lugar, generando algo positivo que alentara a crear una sociedad más solidaria con las personas que lo necesitan y el ambiente» cuenta Jessica, quien, tras experimentar con distintos desechos y descartes urbanos y textiles, logró darle vida a sus primeras prendas. Querer es poder y, de esa forma, llegó BIOTICO en 2014: «Me imaginé que se podía informar y educar a la sociedad en el ámbito de la sustentabilidad desde una mirada más artística. Como mi interés era fundar un emprendimiento de triple impacto, me acerqué a la Asociación Laboral para Adultos con Discapacidad Intelectual (ALPAD), para transmitirles las técnicas textiles que había desarrollado. Así fundé mi emprendimiento».

Una de las cuestiones que destacan a la marca es su objetivo inamovible es capacitar y emplear a poblaciones vulnerables para que puedan formar parte de la producción de textiles reciclados. El beneficio es doble, porque además de dar trabajo, aportan conocimientos y herramientas para que, el día de mañana, los empleados se sientan seguros para llevar a cabo sus propios emprendimientos sustentables. «Desde 2016, trabajamos en colaboración con la Asociación Laboral para Adultos con Discapacidad Intelectual (ALPAD), organización que se ocupa de producir el textil reciclado a base de sachets de leche que luego me entregan en forma de tiras o paños» asegura Jessica. En ese mismo espacio se llevan a cabo todas las tareas: recolección, limpieza, corte y tejido. El trabajo se hace en equipo, teniendo en cuenta las capacidades de cada integrante. De todas maneras, se van rotando para que puedan experimentar y, sobre todo, aprender que con esfuerzo se logra lo que nos cometamos.

La respuesta de Jessica cuando le preguntan qué son los desechos para ella es contudente: «materia prima». Con ellos trabaja y, más que nada, crea, diseña y le da forma a sus dos líneas de productos: por un lado carteras y accesorios para computadoras portátiles, siempre hechos a partir de residuos urbanos como sachets de leche o packaging de snacks; y por el otro una línea de indumentaria, realizada con descartes textiles de diseñadores de Capital Federal. «Mi misión es ayudar a mujeres profesionales que quieren consumir responsablemente, al estar preocupadas por la sociedad y el ambiente, a resolver la necesidad de vestir sostenible, pero sin descuidar su imagen, con un producto de diseño de autor de triple impacto, con empleo inclusivo y conciencia ambiental» cuenta orgullo, al tiempo que destaca su vestido de novia, reconocido el año pasado por la Fundación Mondo Digital de Italia quien le entregó el premio Fashion Digital Made. «Fue hecho con la colaboración de ALPAD, tejido artesanalmente con paños y con más de 500 sachets de leche».

En BIOTICO utilizan solamente material descartado; no creen en el desperdicio y seleccionan los materiales más nobles dentro de la gran cantidad de descartes que se generan a diario. «Reciclando podemos visibilizar los problemas que causa la producción masiva; por eso, revalorizamos los desechos transformándolos en materia prima para crear nuestras prendas» aclara Jessica. En este punto las redes sociales y la solidaridad juegan un rol fundamental, justamente para llevar adelante campañas de recolección de sachets de leche. «En Capital Federal, donde tenemos dos puntos de entrega, las vecinas nos limpian y entregan sus residuos. También nos da su apoyo la escuela España del barrio Saavedra, donde concientizan a los alumnos y les enseñan a recolectar». Después de recibir la materia prima, los integrantes de ALPAD limpian, cortan y ensamblan los residuos para realizar los textiles artesanalmente. El tercer paso es esperar su entrega para ensamblar artesanalmente las carteras con los diseños by BIOTICO. ¿El resultado? Un producto transparente, con una historia positiva detrás para contar. «Comprar una cartera BIOTICO es apoyar una marca que capacita y emplea a poblaciones vulnerables y revalorza los descartes urbanos. Es lujo sustentable: las clientas tienen la posibilidad de adquirir un accesorio que fue pensando desde el diseño, pero también desde el factor humano y ambiental. Está dirigido a un público consciente que valora la creatividad, con qué y por quién está hecho» relata su creadora. ¿Su consejo para otros emprenededores? Estudiar, leer y hacer cursos; entendiendo cuáles son los impactos, materiales y prácticas realmente sostenibles y cuáles no.

Cómo hacer de una línea de pijamas una marca fashion de entre casa

Fuente: La Nación ~ Después de más de diez años trabajando el diseño de moda, tras bambalinas, entre colecciones y producciones, tendencias, marcas grandes y comerciales, Celina Carzoglio se quemó. El «burn out», que está tan de moda entre ejecutivos, también le tocó trabajando en la industria de indumentaria a los 36 años, y en el 2016, decidió dejar ese mundo que constantemente la tenía «a un metro del piso».

«Me metí en mi casa, me acovaché, y así nació la idea del mundo de entrecasa», contó a la nacion, acerca de cómo empezó a hacer el mono producto de Carzoglio: piyamas.

Piyamas de nicho, todos hechos siempre con una misma moldería, telas y colores (blanco, negro, celeste chofer, azul marino y rojo), que ya vendió más de 2000 unidades. Repone constantemente el producto pensado para una indumentaria más lenta, disfrutable y que se preste a un estilo de vida a contramano del ajetreo diario.

«Cuando decidí alejarme del rubro y bajar un cambio, me volví un poco descreída de lo que amaba y sabía hacer y transité una duda existencial profesional», explicó, «también tuvo que ver con mi edad, empecé a pensar dónde queda la energía, el tiempo, el dinero, y la cabeza que ponía en mi trabajo».

Desde 2017 trabaja de manera independiente en su proyecto donde los piyamas son «la columna vertebral» de Carzoglio, aunque también tuvo pequeñas variaciones como una línea del mismo producto para chicos, camisones, pequeñas colecciones periféricas de sastrería y, pronto, se sumarán sábanas.

Los piyamas pasaron a ocupar un lugar en la moda más allá que la prenda que se usa para dormir; hace pocas temporadas. En los locales de ropa de todas las gamas de precio aparecieron camisas y pantalones en conjunto, batas, o camisones pensados para salir. Sobra con un rápido googleo de «piyama para salir» que el buscador sugiere «fiesta», «la calle», o «de día». Más allá de la tendencia del momento la emprendedora dijo: «Lo propuse como algo clásico, apunté a un puertas adentro, a mostrarlos a través de personajes reales en situaciones cotidianas, sin estilismo ni maquillaje ni peinado». Comentó que muchos de sus clientes le mandaban fotos usando el piyama saliendo a comer, con tacos altos o en la calle pero igual optó por presentarlo como atemporal. «Toda la vida existió el personaje que sale a la calle en piyama, y de hecho soy yo. Creo que hay que verlo como lo que es: un pantalón y una camisa, una prenda esperando el mote de cada uno», confirmó Carzoglio.

Desde el primer momento quiso que las prendas sean «unisex», o como se dice ahora «no gender», con cuatro talles distintos para todo el mundo. «La moldería es masculina, yo soy muy masculina en mi gusto, y encuentro que la feminidad está en la persona».

Los piyamas no tienen ningún adorno: quiero que el valor agregado sea la calidad, una super confección y un buen género», comentó la emprendedora. «Todas las costuras son francesas, con cinco puntadas por centímetro, los botones son de nácar, se mandan a grabar y se cosen cruzados. Mientras tanto, el local también aporta a la experiencia de compra en un equilibrio entre nostalgia urbana: está ubicado en una galería en la calle Seguí, en Palermo, vecino de una carnicería y una verdulería.

Profesión: directora creativa

Empresa: Carzoglio

Edad: 39 años

En 2016 decidió dejar su trabajo como diseñadora de indumentaria en empresa del rubro y lanzó su propuesta de ropa para dormir «de nicho», trabajando en forma artesanal. Hoy cuenta con su propio local en Palermo, apuntando a un segmento de clientes premium

Anti-crisis. Churba se asocia con creadores locales y abre un restó en su tienda

Fuente: La Nación ~ «Pienso como el jacquard», dice Martín Churba. Y alude a ese tejido para explicar cómo aborda él la creación: lo hace en diferentes dimensiones. Referente del diseño de autor con más de veinticinco años de trabajo en moda, ya hace dieciocho que fundó Tramando, la marca con la que realizó cerca de cuarenta colecciones y que cristalizó, además, la tarea colaborativa que viene desarrollando en la Cooperativa La Juanita y la Fundación Hogar de Cristo, entre otras experiencias. Hace cuatro años que Churba le respondió al afán por emprender subvirtiendo el sentido hasta hacer lo contrario: desemprender. Así es que, aun en una coyuntura completamente adversa, se enfocó en los últimos tiempos en la refundación de la firmaque hoy configura un nuevo entramado en su histórica Casa Matriz, en Rodríguez Peña al 1900, al que denominó Ecosistema y que incluye el trabajo de artistas y artesanos de todo el país, quienes en ese espacio pueden exhibir y vender sus productos (calzado, joyas, pañuelos, tapices, entre otros). Además, se fusionará con una propuesta gastronómica del reconocido chef argentino Germán Martitegui, para la cual se está terminando de acondicionar un espacio en la tienda que funcionará a partir del mes próximo como restaurante.

-¿Cuál es la principal novedad en este relanzamiento?

-Es el renacimiento, porque es la posibilidad de reformular un proyecto en un país tan crítico, con una economía tan frágil y con relaciones económicas con el exterior tan lábiles que te pueden aplastar las ganancias de un negocio con la suba de una décima de dólar. Acá lo que debería ser estable es inestable. Entonces hay que transformar en estabilidad otras cuestiones que dependen de nosotros. En ese sentido el renacimiento está basado en otro paradigma: si bien está presente la idea de la marca de autor, las prendas de línea, las dos colecciones por temporada, lo que cambia es la proporción. Hay todo un espacio en el nuevo Tramando que está dedicado a la promoción, visibilización y a la capilarización de proyectos que tienen como coeficiente el diseño, pero que, de alguna manera, están ligados al vínculo de nuevas relaciones comerciales. Pueden ser creadores de las provincias, organizaciones cooperativas u otras dinámicas que inclusive llegan a esta idea de que la ecuación comercial también puede ser distinta. Tal vez más parecida al comercio justo, bastante más transparente, más trazable, con el nombre de los creadores en las etiquetas, en un Ecosistema que tiene presencia física pero también online, con la narrativa de toda la historia detrás del diseño.

-En la metáfora de la trama que trabajás desde que existe la marca -de ahí el nombre-, ponés en valor el trabajo colectivo, ¿la estabilidad tiene que ver con eso?

-La estabilidad parte del trabajo, del diseño colectivo. La experiencia de todas las colecciones con Tramando hizo que podamos trabajar asesorando sobre temas de materialidades y comerciales, o creando con otros. Y es verdad, la estabilidad está dada por los vínculos colectivos a través del diseño.

-¿Cómo se hizo la selección para configurar este Ecosistema?

-No me estaba yendo bien económicamente, necesitaba generar otro tipo de ingresos. La venta de ropa estuvo muy golpeada, tuve que hacer una reestructuración y necesité el doble de presupuesto porque desarmar es más caro que armar. Me llamaron de Rosario, provincia de Buenos Aires y Mendoza, y en esos encuentros tuve la posibilidad de conocer a gente que estaba interesada en trabajar en workshops conmigo. Vi sus producciones, ahí pude hacer una selección bastante interesante y, sobre todo, hacer clínica con los creadores, buscar cuál era el valor que ese creador podía agregar, la ventaja que le podía dar o una mirada de diseño curatorial. Fue una mayoría de gente que aprovechando la oportunidad pudo producir y eso hoy está exhibido en la tienda. Tenemos zapatos, collares, carteras y todo tipo de investigaciones en materiales muy diversos. Y eso genera una cofradía interesante, entre ellos comienzan a darse recursos.

-En un mundo virtualizado, es algo contracultural, es volver a lo primigenio…

-Claro, además es darle una oportunidad a alguien que se siente lejos de las oportunidades y lo que sucede es que, cuando la adquiere, se esmera mucho. Eso se ve en el trabajo, pasión y producción.

-¿Cómo es la respuesta de los clientes?

-Excelente, a la gente le encanta lo que ve y después se entera de que surge de una cooperativa y que su plata tiene llegada al que lo necesita. En cuanto al diseño, me animo a decir que está a niveles internacionales, no porque lo internacional sea mejor, sino porque viene gente que está acostumbrada a consumir diseño, sean locales o turistas, y encuentran total empatía con las producciones.

– ¿Cómo se inserta la propuesta gastronómica?, ¿en qué consiste la idea?

-El restaurante es de Germán Martitegui, quien tiene la característica de ser un chef bien autoral. Él va a diseñar una propuesta vegetariana que va a ir en línea con los nuevos paradigmas de la alimentación, acorde a nuevas tendencias actuales. Hay una idea como muy artesanal porque no habrá mesas, sino que los cocineros van a preparar los platos frente a cada comensal en una gran barra. Se sentarán y verán cómo se procesa la comida.

-Volviendo a lo colectivo: en la moda en general para algunos ya queda fuera de lugar la idea del diseñador estrella, ¿cómo lo ves?

-A mí me parece que los íconos de la moda son bienvenidos, divertidos, comerciales, pero es ineludible la fuerza que tienen las nuevas generaciones o las nuevas visiones de la moda. Tal vez la iconografía que habla de una idea más épica y de crear una historia es un juego divertido, pero creo que le gana el hecho de cómo nos vestimos y cómo nos vamos a vestir, qué podemos aportar a lo que ya existe, cómo lo podemos construir. Me parece que lo participativo incluye a las nuevas generaciones. Entonces la idea del trabajo se vuelve más atractiva. Aquella que está preparada para transformarse generacionalmente, pensar qué somos y cómo buscamos impactar. Lo sustentable no solo desde lo ecológico sino también desde lo social. Encontrar espacios para hablar de una moda más inclusiva que, sin dudas, nos va a dar más futuro.

-¿Qué le sumarías al documento fundacional de Tramando?

-Muchas veces caí antes de tiempo, por eso ese manifiesto tal vez tenga lugar hoy. Le sumaría que es posible. Es lo que está aconteciendo. Cuando te metés a hacer cosas nuevas no sabés si será posible o no, ahora ya sabemos que el mundo necesita un diseño social, colectivo, una mirada inclusiva. Ya no, la moda exclusiva como se jugó durante tanto tiempo en un país tan pobre. Todos los que estamos un poco mejor podemos tratar de arreglar las cosas en general, ser inspiradores de buenas prácticas. Finalmente, los que tenemos un poco de visibilidad la tenemos que usar en ese sentido. Si nos están mirando, inspiremos a ser buenos ciudadanos. Si nosotros creamos diseños genuinos y auténticos estamos construyendo algo más allá de nuestro propio resultado, que es nuestra identidad colectiva y eso sirve para todos.

-¿Cuál fue tu ganancia -no monetaria- hasta ahora?

-Hace cuatro años me puse a desemprender. Nuestra sociedad te enseña el éxito. Pero ¿quién te enseña a decrecer?, ¿cómo hacer cuando no tenés un mango porque el negocio no te da? Hoy, si me preguntaras qué consejo le daría a alguien que está empezando, le diría que sea muy cuidadoso en lo que construya porque la idea de éxito queda obsoleta y deja de ser oportuna. A veces una pequeña escala es lo mejor, habla de pequeños vínculos, pero sólidos, en un territorio un poco más firme. Crecer en la Argentina en general y en la moda en particular es complicado. Hay que entender más allá del mercado. No es la única variable, es muy importante, pero también hay otras.

-¿Te genera alguna expectativa el nuevo gobierno?

-Mucha, porque me interesa la alternancia. Como me pasó cuando vino el gobierno anterior, sentí la posibilidad de que algunas estructuras no quedaran instaladas. Ahora con este recambio tengo esperanzas. No quiero llenarme de expectativas, pero soy un tipo bastante positivo. Sigo creyendo que con buenas políticas, conectadas, puede haber agilidad, cambio, dinámicas, y voy a estar apoyando y empujando este proceso de alternancia, usando la democracia como medio. Más allá de que elija o no a los gobernantes, es nuestro gobierno, nuestro país, nuestra producción, economía y comunidad. No tengo dudas de que la alternancia es sana. Hoy estoy acá y mañana estoy enfrente. Eso me hace un ser humano más maduro, más inteligente.

Diseñadora santiagueña participó en el Sustainable Challenge RE Barcelona 2019

Fuente: Diario Panorama ~ La diseñadora santiagueña Luciana Manfredi participó del Sustainable Challenge RE Barcelona 2019, foro anual e internacional organizado por Moda Sostenible Barcelona e impulsado desde el Ayuntamiento catalán, que abordó la Industria de la Moda Textil y Ética, llevado a cabo durante los días 29 y 30 de noviembre en el Disseny Hub de esta ciudad convertida en punto de encuentro internacional para la sostenibilidad del sector.

Expertos de compañías e instituciones de primera línea como Make Fashion Circular, Veja, Fashion Revolution, Ellen MacArthur Foundation y Kering, entre otros, participaron de presentaciones, proyecciones, charlas y talleres, donde se dieron a conocer innovadoras iniciativas relacionadas con los retos que se plantea el sector de la moda alrededor de la sostenibilidad.

Concebido como altavoz y foro de discusión, el encuentro generó ámbitos de debate entre los líderes del sector que apuestan por la creación, producción y comercialización de moda sostenible. Las ponencias cubrieron temáticas como la investigación de materiales innovadores, nuevos modelos de negocio o el mindset del consumidor.

Sustainable Challenge abordó también la transformación de los residuos textiles en nuevos productos de valor a través del diseño y de la creatividad, congregando a estudiantes y graduados recientes, trabajando en grupos y desarrollando nuevas marcas a partir de los residuos textiles.

En ese marco la diseñadora santiagueña Luciana Manfredi participó del evento, al cual había accedido tras completar en abril de este año el Master en creación y dirección de marcas de moda en ESDesign Barcelona, quedando seleccionada.

“Fue un gran desafío participar en un grupo donde ninguno nos conocíamos y además provenimos de diferentes ramas del diseño, en distintas partes del mundo. También fue muy gratificante poner en práctica lo aprendido en mi carrera, e incluso poder combinarlo y enriquecerlo con otras técnicas de diferentes regiones”, señaló la diseñadora santiagueña.

Quipu

En el Sustainable Challenge, Luciana formó parte de un grupo que creó Quipu, que significa ligadura o nudos, un instrumento de la cultura precolombina que tenía un alma del que se desprendían hilos. El concepto estuvo representado a través de un poncho tejido con técnicas de telar y macramé, muy utilizado por las comunidades andinas.

“Quipu quiere simbolizar el gran problema de la industria de la moda: la mezcla de materiales en los tejidos de las prendas de ropa. Dicha mezcla hace que nos sintamos cómodos pero tiene como consecuencia que no tengamos la posibilidad de ser sostenibles porque son materiales imposibles de separar y reciclar. El ADN de Quipu es la crítica, pero aportando soluciones que pasaría por poner en valor lo artesanal”, indicó.