The Global Fashion Agenda afirma que el 73% de la ropa del mundo termina convertida en basura, utilizando solo el 15% de esta cantidad con fines de reciclaje. Si para fabricar una remera de algodón que cuesta cinco dólares en cualquier tienda de consumo masivo del mundo y los usuarios desechan a las dos veces de usarla se requieren 2720 litros de agua potable, el universo de la moda está en serios problemas. ¿Por qué nos empecinamos en comprar veinte remeras de algodón en tiendas de fast fashion si una persona promedio podría vivir tranquilamente con cuatro remeras blancas de algodón de buena calidad?
La respuesta a esta pregunta tiene que ver con varias cosas. Tiene que ver con que en países altamente industrializados como China o Estados Unidos, una remera o un jean en oferta pueden costar lo mismo que un kilo de manzanas. Tiene que ver, también, con las redes sociales y esta costumbre de las influencers de moda de «no repetir un look», y generar esa conducta en sus miles de seguidoras adolescentes. Y a su vez se relaciona con uno de los mensajes de la apocalíptica serie futurista Years and Years: todos somos responsables por experimentar y alimentar ese placer inmediato que genera entrar a una cadena de moda masiva y comprar algo, cualquier cosa, solo porque está barato.
Alta costura responsable
El consumo responsable llegó a la moda de lujo local a través de New Dress Rent, el emprendimiento de la ex Ginebra Romina Pigretti, que desde su espléndido piso en el corazón de Barrio Parque ofrece la posibilidad de alquilar vestidos y carteras de diseñadores internacionales a precios que van desde los siete a los quince mil pesos. Valentino, Alexander McQueen o Isabel Marant son algunas de las marcas que se pueden alquilar a un precio muchísimo menor de lo que costaría uno nuevo. ¿Para qué guardar un vestido de alto lujo en nuestro guardarropas estallado si vamos a usarlo una sola vez para esa fiesta o casamiento que tanto esperamos? Y hablamos de espacio en el placard porque la moda circular, además de su costado ecológico, económico y hasta vanidoso, refleja otro problema de los tiempos que vivimos: la falta de espacio. Como siempre dijo el diseñador Pablo Ramírez, rey de la sobriedad y el minimalismo en su paleta de colores, «antes una señora tenía dos o tres pares de zapatos de buena calidad y los usaba repetidamente hasta que se rompían y había que comprar otro par. Hoy, en cambio, la gente pretende tener treinta pares de mala calidad y el placard estallado de cosas que nunca usa».
Volviendo al alquiler de vestidos de lujo, los atuendos que circulan entre galas y festejos para luego ser devueltos a su lugar de origen mantienen un recorrido cronometrado para hacer feliz a las consumidoras sin dañar al medio ambiente.
A través de una curaduría muy estudiada, el proceso comienza con algunas preguntas clave: «¿Qué tipo de evento tenés, dónde es, cuál es tu estilo, cuáles son tus talles?». A partir de eso, una especialista se encarga de hacer una selección sugerida que se puede probar en el showroom o pedir que se envíe a domicilio a través de la página web, donde es posible elegir entre una colección de más de 500 vestidos.
«El impacto y el desgaste que cada pieza genera es altísimo, y resulta difícil cambiar esa realidad desde el lugar del simple consumidor», reflexiona Pigretti. «La idea es que a un vestido no lo use una sola persona una o dos veces, sino treinta», propone. El paradigma del end of the ownership se sostiene en un consumo más colectivo, en el que muchos individuos comparten beneficios sin necesidad de acumular cosas. «Yendo directamente a la moda, este sistema permite que salgamos del uniforme negro que compramos pensando que es un clásico que podemos repetir. La realidad es que hoy en día, muy pocas mujeres compran vestidos llamativos sabiendo que solo pueden usarlos una vez», puntualiza.
Las celebs marcan la pauta
Beyoncé, Rosalía y Kendall Jenner, además de ser grandes íconos de la moda y el pop actual, encontraron en el reciclado de prendas una doble función: ser ecológicas y estar un paso adelante en materia de tendencias. Las tres son fanáticas y grandes promotoras de Left Hand, la firma californiana que a base de jeans rotos, buzos viejos y un excelente trabajo de patchwork tiene cada vez más consumidoras preocupadas tanto por el medio ambiente como por su imagen. La estética DIY de los 90 con espíritu grunge que creó Julie Kucharski, fundadora de esta marca, otorga una segunda vida a prendas que de otro moda terminarían siendo basura contaminante en el voraz recorrido del fast fashion.
En este sentido, un caso local vino a instalarse a Buenos Aires, con una propuesta similar a la de Left Hand. Se trata de Akina Hirai (@akina.hirai) una activista ecológica, vegana, artista y emprendedora que desde sus redes aboga por el cuidado del medio ambiente. Aki está por lanzar su marca de moda sustentable, Banda de Hermanas, que busca crear una comunidad capaz de potenciarse a través de la moda sin dañar al mundo, buscando la reutilización de prendas, la intervención artística y su reparación para devolverlas al circuito comercial de una manera ecofriendly, circular y con valor agregado. «Aunque la moda muchas veces fue tildada de superficial, para mí es una herramienta muy poderosa de comunicación. Hoy, el cómo nos vestimos asume una postura social, política y ecológica. La trazabilidad de la moda está al alcance del celular, uno puede detectar fácilmente qué marcas trabajan con talleres clandestinos, qué marcas son cruelty free, cuáles pertenecen al denominado fast fashion y las terribles consecuencias que acarrean. En Netflix hay un montón de documentales para abrirnos los ojos, solo hace falta poner play e informarse», explica. Y redobla la apuesta exponiendo su caso, que parte de la base de no seguir a rajatabla los dictados de la moda comercial: «Yo compro vintage, reutilizado, intervengo mis prendas y las reparo porque quiero que mi ropa no explote personas o destruya nuestro planeta, sino que muestre empatía y justicia social y ecológica. Además es una excelente manera de no llevar el uniforme de tendencia; mis looks no tienen temporada, voy usando creativamente prendas y colores con las que me identifico y con las que me siento bien en ese momento».
La moda circular llegó para quedarse, con una propuesta que va más allá del reciclado y abarca conceptos que van desde el consumo responsable (esto es, comprar menos y si se puede, de mejor calidad) hasta el arreglo de cosas que en lugar de tirarse al tacho y pasar a mejor vida en el circuito contaminante, pueden arreglarse, tunearse y renacer en el cuerpo de otro usuario que les otorgue una nueva vida.
Así lo resume Akina: «Cuando hablamos de moda circular, siempre escucho hablar de las 3Rs (reducir, reusar y reciclar), pero también agregaría Rechazar y Reparar. Nos vendieron esa idea de comprar a mansalva y a la primera de cambio tirar lo que pasó de moda, convirtiendo a las prendas en material descartable y sacándoles todo el valor. Ese paradigma tiene que cambiar, cada recurso es valiosísimo, porque ya organismos mundiales (e hiperconservadores en sus informes) como la ONU y la IPCC hablan de que tenemos menos de 10 años para revertir la crisis climática. El mundo no se banca nuestro sistema de producción y consumo y está al borde del colapso», finaliza.