Benito Fernández: «Tardo muchísimo en madurar las cosas»

Fuente: La Nación ~ Tu infancia no fue fácil, tenías dislexia y fuiste construyendo la idea de que en la vida no te iba a ir bien: «Todo lo hacía mal y el mandato era que nada iba a salirme». ¿Cuándo descubriste en vos el primer indicio de algún talento que revirtiera de a poco esta idea negativa?

¿Viste cuando tenés casi el apodo de que sos malo y hasta tu familia y vos mismo creen eso? Bueno, en primer año, o segundo, de la secundaria, me empezó a ir bien en matemáticas. De hecho, soy muy rápido y tengo un mecanismo -que tal vez sea de la dislexia- por el que saco las cuentas bastante rápido. Por ejemplo, los porcentajes, las sumas. Ese fue mi primer indicio.

¿Cómo relacionaste la dislexia y las matemáticas?

Porque quizás era creerse que uno hacía las cosas mal, y eso de «ahora soy bueno en matemáticas» fue empezar a sacarse una mochila, arrancar de cero.

La historia no estaba escrita, ibas descubriendo que podías ser bueno en cosas…

Sí, pero fue como una piedrita en el camión…

¿Y quiénes manejaban el camión? ¿Tus padres?

No, yo sentí que en ese camión iba solo. Tuve una infancia muy linda. La dislexia y todos los problemas que tuve no los cuento para victimizarme. También lo que me pasó es que no sentí la presión del afuera, entonces pude hacer lo que quise. No tuve que cumplir mandatos como tal vez los tuvo que cumplir mi hermano mayor. Sentía que nadie me daba bola porque era un desastre. Me dejaron bien libre, como que no me miraban. Por ahí yo sentiría que no me valoraban o no me querían tanto.

Y en esa infancia había alguien especial para vos: tu abuela Elsa.

Sí, a mí me gustaba ir a visitarla porque ella les cosía a mis tías. Seis hermanas mujeres. Vivía a la vuelta de Santa Fe y Scalabrini Ortiz, y en la esquina había una sedería que se llamaba Marimor, donde ella iba cada tanto a comprar cosas. A mí me encantaba, iba con ella, yo era chiquito.

¿Qué te producía entrar a la sedería?

Para mí era un mundo mágico y ni me imaginaba que iba a ser mi profesión. Todo lo que me pasó con la moda lo viví sin pensar que iba a ser mi profesión o mi pasión. No se estudiaba, no había universidades, no tenía un registro. Mi abuela no vivía de eso, era solo un hobby. Miro ahora para atrás y, sí, me gustaba todo lo que tenía que ver con la moda desde rechiquito, pero entendí que podía ser mi profesión o mi pasión de mucho más grande, a los veintipico de años.

¿En qué momento te autorizaste a decir «soy diseñador»?

(Piensa) Yo tengo un tipo de maduración mucho más prolongado, en todo. De hecho, elegí mi carrera a los ventipico, no a los 17. Mi sexualidad, igual. Tardo muchísimo en madurar las cosas. ¿Cuándo dije que era diseñador? Me costó mucho. A los 24 años me casé y me fui a vivir a París. Estuve casi dos años estudiando y me dieron el diploma. Pero me sentí diseñador mucho más adelante. Es más, yo cuando viajaba, en migraciones ponía comerciante.

¿Por qué?

¡Me daba cosa poner diseñador! Me parece una palabra. era como decir «soy poeta». Fue muchos años después. Hubo dos momentos muy importantes en mi carrera. El primero, cuando empecé a vestir a la reina Máxima de Holanda, hace 16 años. La Casa Real da solo una foto de casamiento. Me desperté ese día y dije: «Guau, pensar que ese traje está en la tapa de todos los diarios del mundo, de todos los idiomas». Y estaba mi traje ahí, fue una cosa rarísima. Ese fue un momento muy importante, que me relajó como diseñador.

Mirá a quién tuviste que vestir para permitirte poner «diseñador» en migraciones.

Y bueno, es así. Fue muy difícil, pero no por autoexigencia, sino. tal vez será que no me la pude creer de chico muchas veces, entonces tardé más en creérmela en esto de la moda. Y después, el Martín Fierro en 2009 con Natalia Lobo, que salió elegida como la más elegante y el vestido fue súper criticado. El vestido tenía que ver con una identidad mucho más latinoamericana, con pompones de lana, de colores, con texturas y telares de acá, del norte argentino, de Salta, de Jujuy, de Bolivia, de México. Fue muy criticado, pero le dio el sello a mi marca, que es con color, estampa, que tiene que ver con una identidad más latinoamericana que europea.

Una vez dijiste: «En la moda hay un prejuicio con la vejez». ¿Cómo es la relación entre el diseño y la juventud?

Yo creo que hay un prejuicio de que la moda está atada a la juventud y no a la vejez. Y me parece que hay que sacar ese prejuicio. Me pasa en mi vida personal, yo me gusto más a los 50 que a los 20. Entonces ahí empecé a entender que era todo un prejuicio que a los 20 sos más lindo que a los 50. Entonces empecé a deconstruir algunas ideas y hoy, dentro de lo que puedo, tengo un abanico muy amplio de edades, talles y alturas.

Hace dos años y medio estás en pareja con Zeus (Fernando Mazzoni, sociólogo uruguayo), pero desde hace poco están conviviendo. ¿Cómo se llevan en este formato más intensivo?

Estar en pareja me gusta. En mi vida privada soy tal vez un poco al revés de cómo se me ve habitualmente. Soy más para adentro, me gusta estar en mi casa, estar con mi pareja, con mi perro, mis hijos. No me gusta salir. En lo profesional soy muy para afuera y en lo personal soy más tranquilo. En lo laboral, cuanto más tengo, más hago. Pero en mi vida personal soy de hacer mucha más fiaca. Son dos personalidades diferentes. ¡Bueno, soy de Géminis!

En una escena imaginaria que mezcla presente y pasado, entrás a la sedería y están Elsa, tu abuela, y el pequeño Benito. ¿Qué les dirías a cada uno?

A Benito, que disfrute de ese lugar mágico porque va ser su lugar en el mundo. Y a mi abuela, ¡gracias por llevarme!

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