Afortunadamente, miles de personas, ciudadanas del mundo antes que consumidoras de marcas, exigen que se cuide y respete el equilibrio natural de la vida en la Tierra, sin el cual no habrá un futuro posible, e identifican a la moda como fuerza enemiga. El frenesí consumista lleva a un aumento irracional del número de prendas nuevas, calculada para este año en no menos de 100 billones. Prendas que serán descartadas por un público usuario irresponsable a un ritmo dos veces superior al de finales del siglo pasado. En conclusión del ciclo nefasto, el 87% de esa masa textil difícil de imaginar será incinerado o enterrado como deshechos, dejando la solución del problema a las generaciones venideras. Corresponde a la industria de la moda el 10% de las emisiones globales de carbono y el 20% de la contaminación industrial, con químicos tóxicos, del agua, elemento del que es la segunda mayor consumidora mundial. Existen propuestas alternativas independientes que integran la creación, el diseño, la producción, la recuperación, el reciclaje, la comunicación, la distribución y la venta de textiles, prendas y accesorios siguiendo los principios de la sustentabilidad, cada cual a su cadencia, en progresión articulada, y que nos ofrecen lo necesario para cubrirnos y adornarnos con estilo -y ética- de la cabeza a los pies.
Pero no basta una porción virtuosa para hacer un mundo mejor. Es imprescindible que las partes concernidas asuman la necesidad urgente de un cambio drástico y honesto. #EsYa. La industria deberá hacerse cargo de sus responsabilidades. Garantizar salarios justos y equitativos a toda la fuerza de trabajo implicada a lo largo de la cadena de realización, de las materias primas al perchero; establecer una comunicación transparente y veraz con el público comprador, al que le corresponde educar e informar; reducir en un corto plazo toda huella de carbono, con un objetivo ideal del 50%; emplear materias naturales orgánicas, sin extractivismo y respetuosas de la integridad animal, elaboradas sin intervención de energías fósiles; fomentar la recuperación y reciclaje de prendas usadas.
Y las más duras de aceptar para la avidez de los conglomerados monstruo: reducir la oferta, desacelerando las ritmos de producción y presentación, renunciando, en suma, a la ideología consumista. Hacer moda según los tiempos de la vida, en suma. Parece evidente que sin la intervención de los gobiernos poco o nada podrá hacerse. Sí, señora, la moda es política.