Camperas infladas y ropa en serie: ¿por qué todos nos vestimos igual?

Fuente: Clarín ~ La arquitecta Andrea Saltzman, profesora de la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil y autora del reciente libro La metáfora de la piel. Sobre el relato proyectual de la vestimenta (Planeta), dice que hoy “la comida está más de moda que la ropa” y que hay que mirar afuera del sistema fashion para encontrar cuerpos nuevos y transgresores.

Como si fueran uniformes, las camperas negras y levemente infladas son figurita repetida durante los fríos días invernales. En el medio de esta potente industria de lo masivo y seriado, en donde el vínculo que se establece con la ropa es la de usuario-producto, la arquitecta y diseñadora Andrea Saltzman plantea una mirada alternativa, en la que se corre del pensamiento industrial y aparece la interacción del cuerpo con el contexto, el afuera. Usa la «metáfora de la piel» para nombrar a ese borde -la piel- que permite el encuentro. «El cuerpo deja de ser solo usuario (que centra su problemática en el uso y la función) para convertirse en personaje: se trata de construir desde las interacciones», dice la autora del reciente La metáfora de la piel. Sobre el relato proyectual de la vestimenta (Paidós). «La potencialidad del diseño está en abrir la mirada de lo que es para descubrir la magia de lo que podría ser. Ese es el desafío, vislumbrar aquello que se oculta en lo evidente, para darle forma a lo que aun no la tiene».

– Cuando participaste de la creación de la carrera de diseño de indumentaria y textil en la UBA, a fines de los 80, desconocían hasta dónde podía llegar la figura de un diseñador. ¿Cómo fue la evolución de esta nueva profesión?

– No sabíamos qué iba a ser un diseñador de indumentaria. Nos preguntaban para qué servía, y si íbamos a enseñar corte y confección. Desde ese lugar, hubo que inventar algo. Otras formaciones se reconvirtieron desde la técnica; otros, desde el arte. Nuestro contexto era lo proyectual, y la necesidad de trabajar la propia identidad luego de muchos años de represión, de dictadura, donde el modelo de cuerpo estaba muy restringido.

Hubo una evolución enorme: era un personaje que no existía en la sociedad y  fue tomando un rol. El diseñador construye identidad, no es solo un hacedor: es aquel que propone nuevas formas (de vestir, de habitar, de contactarse…) y habla de una realidad de posibilidades de producción y construcción de formas estéticas que lo atraviesan y que, como lo atraviesan, las revisita y las transforma en algo nuevo. Entonces, ese valor del diseñador es muy importante para pensarnos y traer nuevas ideas al mundo. En el período de crisis profunda, la figura del diseñador emergió con fuerza, y fue importante incluso para el rubro inmobiliario, porque -como lo han hecho los artistas- «levantaron» un barrio, como pasó con Palermo Viejo.

– En el contexto actual, ¿cuál es el lugar del diseño, y de los diseñadores?
– Es un momento de cambio muy fuerte. Muchos ya lo han dicho, incluso Gaultier: la comida está mucho más de moda que la ropa; porque la ropa está atravesada por el tema de lo masivo, y tener un emprendimiento es muy caro. Vemos personajes como Martín Churba, que pasó de tener no sé cuántos locales a generar otro tipo de tramas nuevas vinculando el arte y el diseño; lo mismo que Valeria Pesqueira. Casi todos, se convirtieron en otro modelo de un diseñador, que no solo es un productor, sino que es un gestor cultural muy importante.

– Descreés de los «revivals» al estilo «volvieron los 80 o los 90», mientras desde hace décadas el revival está a la orden del día. ¿Qué peso tiene la historia a la hora de diseñar?

– Creo que nosotros somos nuestra historia, y es súper interesante leer y observar esas formas del pasado. Pero me aterra quedar fijados a las formas: cuando la forma se vació del significado que tenía en ese momento contextual, uno queda anclado a un pasado y, en lugar de construir algo nuevo a partir de todo lo que ha vivido, se queda en la repetición. Lo peor que podría pasar es que el día de mañana los chicos tuvieran que repetir las formas que desarrollaron en la facultad; porque no les enseñamos una forma, sino un proceso para imaginar y desarrollar cosas que nosotros no sabemos ni podemos imaginar adónde pueden llegar. Se trata de validar lo que cada uno trae con su propia mirada e imaginación, al plantear nuevas relaciones contextuales que hacen que eso que era de una determinada manera se resignifique.

– ¿Cuáles son, para vos, los momentos más fuertes de ruptura estética de los últimos tiempos?

– Es difícil ver las rupturas estéticas «universales». Sin embargo, siempre digo que los años 20 fueron de una ruptura estética descomunal, siempre me impactó. El modelo de cuerpo, de ropa, pasar del corsé a esas formas que caen desde los hombros, el pelito «a la Garzón», la libertad de la silueta y el movimiento, sumado a todos los movimientos de vanguardia… Es un momento de muchísimas vibraciones. Y creo que la vibración y la hibridación es una capacidad maravillosa de crecimiento y transformación.

– ¿Y en la actualidad?

– Hay rupturas que son gestos muy importantes: el fin de los 80 en nuestro país fue un momento absolutamente performático, un momento de ruptura tremenda por todo lo que dan las manifestaciones sobre el cuerpo; me acuerdo cuando Andrés Baños, travesti, subió a la pasarela a bailar y fue como un canto a la vida, fue como «qué alivio, hay otros cuerpos, modelos, cosas».

Hoy es un momento raro, hay mucha fobia a esos cruces. Esta validación de lo femenino -que para mí no es de «la mujer», sino que tiene que ver con salir del esquema dual hombre-mujer, de un rol determinado- es la validación del misterio y la complejidad. Ese caos lleva de nuevo al descubrimiento; se trata de salir de la clasificación y volver a la metáfora, que es -como dice Borges- el origen de toda palabra, es algo poético, algo que no está determinado, sino algo que hay que descubrir; y creo que hay un gran apasionamiento por este espacio nuevo que hay que descubrir. Eso es muy bello y muy vital.

– En este sentido, ¿qué transformaciones asociadas a la vestimenta te interesan más, o te llaman más la atención, respecto de estos cambios sociales?

– Estamos viviendo un momento de mucha estandarización; nos estamos vistiendo todos con lo mismo. Los tatuajes o los peinados llaman más la atención que la ropa, y me gustan esas apropiaciones. Lo veo incluso en los partidos de fútbol. No hay una idea de la identidad corporal mucho más allá de la ropa, que parece una máquina: casi todos tienen la misma campera negra Uniqlo, o de ese estilo. Las grandes marcas han marcado esta masificación absoluta de los modos de vestir. Me gustan más esos bordes que me hacen dudar, que no es tan explícito qué parámetros se plantean en torno a eso.

Hace unos años, había un mercado que permitía el desarrollo de mundos fascinantes y muy comprometidos, como Ceci Gadea, Pablo Ramírez, Churba, Trosman, Vale Pesqueira, Vero Ivaldi, los Varanasi… Hoy no encontramos eso, porque es muy difícil competir con esa estandarización que te soluciona todo, pero con mucha menos seducción y variación. Sigue habiendo un montón de jóvenes proponiendo cosas nuevas, pero el mercado no les da la posibilidad de desarrollarse. Creo que este momento «mudo» va a hacer surgir otra cosa. Creo en eso profundamente, y creo en la imaginación de los jóvenes, que son fascinantes.

– Hace unos meses, los tacos altos fueron noticia cuando las japonesas se rebelaron contra la obligatoriedad de su uso. ¿Cómo es ese «ida y vuelta» entre moda y usos y costumbres? ¿Cómo se construyen esos hábitos que después se nos vuelven en contra?

– En mi primer libro, hablaba del cambio de percepción del mundo cuando a las japonesas les quebraban las falanges y les hacían el pie muñón: su dimensión espacial cambiaba absolutamente -imaginate recorrer el mundo con el pie muñón-, porque desplazarse era dificilísimo.

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Hace unos años, cuando era directora de la carrera tuve una reunión con la gente de la Cámara del calzado, y les dije: «ustedes tienen una responsabilidad enorme, son los encargados de hacer que la gente descargue su peso a tierra, o sea, que su columna se estructure de una manera correcta, que se pueda desplazar con libertad… Qué importante la ortopedia». Me miraron con cara de culo, porque querían estar más cerca de la moda y lejos de la ortopedia. Pero la ortopedia y el universo estético no son cosas aparte: esa comodidad en la vida de hoy se une con la necesidad de moverse, desplazarse, y con la belleza.

Siempre dije que las zapatillas no las usan solo los deportistas; las personas de la tercera edad necesitan zapatos con cámara de aire, y hoy todas las marcas de moda y tendencias las incorporan porque es la única manera de moverse en el mercado, porque tienen que ver con esa manera de habitar y de habitarse. ¿Alguien puede vivir con el taco aguja? Ya no, es muy extraño.

– En una entrevista hacés referencia a cómo perpetuamos situaciones que no se acomodan a nuestro estilo de vida, por ejemplo, la incomodidad de doblar las camisas, y cuánto más práctico sería que éstas se usaran completamente arrugadas y se enrollaran como las medias. ¿Cómo se cambia eso que parece «incuestionable»?

– La costumbre estructura, y a veces estamos sumergidos en una cultura que ya no nos va, porque nuestro modo de habitar no tiene nada que ver, y nos quedamos pegados a esas normas que nos pegan en la cabeza. ¿Para qué vamos a planchar si es un gasto tremendo de energía que jode al medioambiente y que, a la vez, nadie tiene personal como para hacerlo? Entonces, ¿por qué no arrugar la ropa? Tiene que ver con o seguir la norma, o tomar conciencia. Y en ese juego se juega la moda también. Por eso, para trabajar en diseño, lo primero que necesitamos hacer es desnaturalizar el mundo, salir de la forma y leer las interacciones; es en esa relación entre la forma y el cuerpo en acción, en escena, en donde tomamos conciencia de esas transformaciones y podemos generar otras formas.

– «La metáfora de la piel es validar al cuerpo», decís. ¿En qué medida tienen lugar los cuerpos diversos, reales, en el diseño de vestimenta hoy? ¿Por qué aún vemos desfiles que muestran casi exclusivamente cuerpos «estilizados», y sigue siendo noticia cuando eligen uno o dos cuerpos «fuera de la norma» -por ejemplo, la modelo trans que sumó Victoria’s Secret-?

– …Una modelo que, incluso, reproduce a la modelo estándar. Cuanto más se estructura cualquier sistema en el tiempo, más rígido se vuelve. Es decir: no se encontrarán cuerpos nuevos dentro del sistema de la moda, sino en los bordes; y cuanto más periférico, resultará más transgresor y novedoso. Por eso la calle es cada vez más fuerte como desarrollo de tendencias. En los desfiles de la cátedra, no usamos modelos, porque el diseño tiene que ver con encontrar -y validar- otras modalidades corporales.

Hoy hay muchos temas por los cuales avanzar, tenemos muchos problemas ambientales, de convivencia. Estas cosas están en el cuerpo; están en los sistemas de producción, en la posibilidad de vivir y somos partes de este planeta en el que estamos inmersos. Todo cambio profundo implica un cambio profundo en las formas, y creo que es lo que se avecina: otras formas, otros materiales, otros sistemas de producción. Y necesitamos nuevos imaginarios, porque éstos están en crisis. Por eso, este paradigma de lo productivo, de la aceleración y del derroche ya no da para más.

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